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En la madrugada de ayer concluyó el desmoronamiento de un gobierno cuya única fortaleza consistía, en los últimos seis meses, en el empeño que para sostenerlo pusieron quienes no compartían sus propósitos.

Nunca hubo en la Argentina un gobierno más sostenido por sus opositores. Tal paradoja se produjo porque donde las autoridades ahora sustituidas sólo vieron el botín de un vencedor electoral, la totalidad del país vio la posibilidad de una consolidación institucional.

Este final inexorable había sido presentido por vastos sectores de la opinión pública. En las últimas semanas tal presentimiento era una convicción reafirmada a diario por síntomas de la más diversa naturaleza.

Hubo, ciertamente, insensibilidad y obcecación en quien asumió en 1974 la presidencia de la República, así como la hubo en el grupo que guió su pasos con desprecio del renunciamiento que en su momento pudo haber salvado el proceso hacia la unánimemente deseada consolidación institucional.

Eran tan hondos los deseos de alcanzar ese objetivo, que la Nación entera pudo haber absorbido aquella carga negativa de la insensibilidad y la obcecación, si no fuera porque ella se acrecentó con un intolerable lastre de corrupción, despilfarro, incompetencia e inseguridad colectiva a través de un "contraproceso institucional" que incluye a todo el gobierno peronista a partir de mayo de 1973.

Cada vez más, el gobierno justicialista se abandonó a sus propias obsesiones. La más absurda de éstas fue la conversión de la República en una suerte de monarquía en la cual la viuda de un caudillo pretendió que el poder fuese un bien casi computable en el juicio sucesorio. Así sobrevinieron las reyertas intestinas entre la depositaria del nombre y los que pretendían ser beneficiarios de una nebulosa herencia política. Primero se fragmentó el Frente oficialista en el cual el peronismo apadrinó a aliados de poco vigor numérico. Luego se escindió el peronismo. Más tarde se produjo un cisma parlamentario que privó al gobierno de su mayoría en la Cámara joven, no obstante lo cual el Parlamento diluyó sus propias posibilidades creativas.

En último término el sector gremial - única, franja donde subsistía un vestigio de organización - cayó en la ficción que desconectó a los dirigentes de la realidad popular. De tal modo, sólo quedó la fachada del edificio gubernamental. Es lo que acaba de caer. Nada de lo que rodeaba al gobierno conservó poder de convocatoria como para que un cierto calor de pueblo.

Pero al sector gremial le cabe una gran responsabilidad. El fue el creador del principio de la "verticalidad" a ultranza. Suponía que a través de la verticalidad iba a deslizarse suavemente hasta las manos de los discutidos jefes sindicales la llave de las decisiones principales. Mientras especulaban con el "paso atrás" que aguardaban de la entonces titular del Poder Ejecutivo, se sucedían los cambios de ministerios, se destruía el aparato productivo de la República, la indisciplina social crecía como una maleza parásita y la crisis económica asumía caracteres catastróficos.

La crisis ha culminado. No hay sorpresa en la Nación ante la caída de un gobierno que estaba muerto mucho antes de su eliminación por vía de un cambio como el que se ha operado.

En lugar de aquella sorpresa hay una enorme expectación. Todos sabemos que se necesitan planes sólidos para facilitar la rehabilitación material y moral de una comunidad herida por demasiados fracasos y dominada por un escepticismo contaminante. Precisamente por la magnitud de la tarea por emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí. Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo que acecha.

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Si los argentinos, como se advierte en todos los sectores - aun dentro del ex oficialismo-, agradecen al Gobierno Militar el haber puesto fin a un vasto caos que anunciaba la disolución del país, no menos cierto es que también le agradecen la sobriedad con que actúan.

De una etapa de delirio, donde torpes y vanas figuras gritaban sus amenazas a voz en cuello, vivían en el desplante y la impunidad, o daban lecciones de moralidad exhibiendo sus encendedores o sus corbatas, la Argentina se abrió en pocos minutos a una etapa de serenidad de la cosa pública.

Porque las nuevas autoridades demuestran un pudor, un recato tan beneficioso para ellos como para su relación con los gobernados. No han añadido títulos pomposos y huecos al nombre de su Gobierno, ni lemas rimbombantes a sus objetivos; no hacen rendir culto a su personalidad ni se halagan con la propaganda. Y no se prestarán a ser incluidos en esa especie de álbum familiar del Poder que el semanario Gente ha dedicado a los altos funcionarios de todos los regímenes.

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En dos horas, sin el asomo de una sola falla, al cabo de una operación impecable, precisa, sin estridencias vanas y sin disparar un solo tiro, las Fuerzas Armadas de la Constitución pusieron término al desempeño ilegítimo del gobierno instaurado el 25 de mayo de 1973. Lo hicieron para salvar "un tremendo vacío de poder" y tras de "serenas meditaciones sobre las consecuencias irreparables que podría tener sobre el destino de la Nación una actitud distinta a la adoptada".

El documento inicial de la revolución reviste el carácter de una exposición de los móviles fundamentales que lo inspiran, cuando puntualiza las "reiteradas y sucesivas contradicciones" del gobierno depuesto, la "falta de una estrategia global", la "carencia de soluciones", el "incremento permanente de todos los extremismos", la "ausencia total de ejemplos éticos y morales", la "manifiesta irresponsabilidad en el manejo de la economía", al "agotamiento del aparato productivo", la "especulación y la corrupción generalizadas".

Por su carácter afirmativo, algunos enunciados principistas de la proclama parecen inspirarse en las promesas limonares de la Constitución, cuando en su preámbulo formula el propósito de "Constituir la unión Nacional"; "Afianzar la Justicia", "consolidar la paz interior", "proveer a la defensa común", "promover el bienestar general" y "asegurar los beneficios de la libertad". Esa identificación de lenguaje aparece corroborada por la unidad de pensamiento que se advierte en otros documentos de la Junta Militar, caracterizados por la mesura de sus términos, la claridad de sus conceptos, la brevedad de sus juicios, la ausencia. de toda altisonancia.

Hay además aceptación plena, dictada seguramente por una convicción profunda, de las mejores tradiciones cívicas e institucionales. del país, sin que una sola expresión o termino proyecte la menor duda en contrario. No se han invocado dogmas, ni ideologías ni recurrido a difusos transcendentalismos. Solo la idea de patria aparece como el común denominador de una ciudadanía ávida de reparaciones salvadoras, como la suprema invocación, destinada a que todos concurran a la realización de una "tarea ardua y urgente", emprendida con el "absoluto convencimiento de que el ejemplo se predicará de arriba hacia abajo".

La revolución del 24 de marzo no sólo ha puesto fin a una época de ignominia y a un régimen corrupto y corruptor, sino que ha abierto el cauce por el cual podrá ir derramándose un nuevo modo del comportamiento colectivo. Basta recorrer la ciudad, terciar en la conversación del grupo callejero, prestar oídos a la tertulia del café, de la sobremesa, anotar los comentarios en el ámbito del trabajo o de la familia, para percibir en todos una sensación de alivio, tan aflojamiento de la tensión psíquica un despertar de la pesadilla en que fue envolviendo todo, aun a los propios usufructuarios del régimen abatido; la prolongación de una situación de insostenible defensa. Simple, repetida, estremecida a veces, la queja era común: "¡Esto no puede seguir!".

Los primeros pasos, actos y palabras de la Junta Militar han generado confianza. No es poco. El comienzo es alentador. Su andar cauteloso y sin embargo firme, la mesura de su lenguaje, no exento de energía, la claridad de sus objetivos y el sereno vigor - la democracia no es un profeta desarmado- con que ha iniciado su marcha, abren un ancho pórtico de expectativas y anhelos que expresan el deseo profundo de un pueblo ansioso de vivir en paz, al amparo de la idoneidad y del derecho.

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Más que un golpe de Estado, el del 24 de Marzo de 1976 fue un acto de rebelión de una sociedad que había sido abandonada al terrorismo por sus gobernantes.

Lo produjeron las Fuerzas Armadas, pero movidas por el clamor público, que exigía justicia para los deudos de las víctimas y protección para quienes estaban amenazados.

Eran todos los que tenían el deber de jugarse la vida para mantener el orden, a la par de políticos, sindicalistas y hasta pensadores cuyo crimen fue oponerse por la palabra a los planes de los subversivos para usurpar el poder.

Hasta 1976, hubo centenares de muertos, entre aquellos elegidos para el asesinato y los caídos por bombas colocadas impune e indiscriminadamente. Por cierto que sin preservar a los inocentes, porque sus muertes, mejor que las de los combatientes, servían a propagar el terror, el arma que una minoría de criminales había imaginado a fin de rendir la repulsión social.

A igual objeto apuntaba la imposición de contribuciones forzosas para no padecer atentados, o el sometimiento a la tortura del secuestro extorsivo. El pretexto fueron las necesidades de la lucha, sin embargo, ricamente financiadas desde el exterior. La realidad fue que los jefes recaudadores pudieron de tal modo amasar fortunas, de las que disfrutaron entonces en exilios de lujo, y hoy todavía para sus carreras políticas.

En esos años lúgubres, fracasado el intento de juicio político, último resorte institucional para deponer a la presidenta de la República, bien expresada quedó la impotencia de la oposición, y también del oficialismo, por la sentencia final del dirigente radical Ricardo Balbín: "No tengo soluciones".

La solución fue la rebelión, esperada por todos y sólo resistida por los asesinos.

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Paraná - "La crisis argentina, antes que nada, es una crisis moral y una crisis espiritual, y por ahí hay que empezar a arreglarla. Si esto no se arregla, no se va a arreglar nada, aunque arreglemos la economía", expresó anoche aquí el Reverendo Padre Ezcurra durante la homilía de una misa oficiada en la iglesia catedral con motivo de la celebración de la festividad de la Virgen del Rosario, patrona de Paraná, que se recuerda en la fecha.

El problema - enfatizó - no es antes que nada económico. El marxismo o la guerrilla no es un problema económico, porque los que van a la militancia marxista o guerrillera no son los que tienen hambre, son los que salen a lo mejor de la universidad o son profesionales muchos de ellos".

Puntualizó seguidamente que "el marxismo no es un problema de estómagos vacíos, sino un problema de cerebros y de almas vacías, donde falta un ideal verdadero de amor, de justicia, de Dios, de familia y de la Patria".

Manifestó más adelante que "donde ello falta se produce un vacío, y a ese vacío lo viene a llenar el marxismo. Es algo - continuó - que está muy por arriba de todo lo económico". En otro pasaje de la homilía, subrayó que "es en el corazón corrompido del hombre, donde nacen los males. El egoísmo, el odio, la avaricia, la codicia de los bienes materiales, la lujuria, la envidia". "Cuando uno asesina - manifestó – fue porque primero empezó a odiar desde el corazón.

En la parte final, el Reverendo Padre EZCURRA expresó que "el amor verdadero viene a rescatar al odio, al rencor, a la avaricia y, en consecuencia, es el corazón del hombre el que hay que cambiar antes que nada".

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Hoy 23 de marzo del 2002, ha fallecido  el Contralmirante Horacio Zaratiegui. Un militar digno y un ciudadano que no supo de claudicaciones. Su compromiso con la Armada Argentina y con la República lo llevó a una lucha sin cuartel , en contra de la subversión marxista.

No supo silenciar jamás, su condena a los regímenes totalitarios, y hasta el final de sus días, se dedicó íntegramente a realizar una tarea de docencia cívica, a través de programas radiales que llevaba a cabo, con un núcleo de colaboradores.

Se destacó, por su conducta ejemplar, que le dieron autoridad moral, para poder exigir a quienes detentaban el poder, la austeridad en la administración del erario público. Fustigó los hechos de corrupción, a través de cartas de lectores y artículos en diarios de prestigio, tales como "La Nueva Provincia" de Bahía Blanca  y la "La Prensa" de Buenos Aires. Sufrió en algunas oportunidades arresto domiciliario, por parte de sus superiores, en razón de su alto grado militar. Eso no lo amilanó, sino que lo motivó a seguir su predica y a no ceder en su amor a la Verdad.

La humildad de su vida austera, le granjeó muchos amigos militares y civiles, y supo ganar la amistad de personas de todas las generaciones. Zaratiegui enseñó con su vida,  a defender la justicia y la libertad, arriesgando su propia seguridad y desechando todos los honores del mundo. Es el ejemplo, que supo mantener la fe de muchos, en los grandes ideales,  que promovieron los próceres y fundadores de la Nación Argentina.

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Gracias por su e-mail. El contralmirante de la Armada Argentina, Horacio Zaratiegui, fue un gran hombre, en el cual ese conjugaban, todas las virtudes de un corazón noble y valiente. Cumplió todos los roles de su vida, con verdadera vocación y amor al prójimo. Fue buen marido, buen padre de familia, buen abuelo y buen amigo.

Como militar fue un soldado sobresaliente, por su dedicación , esmero y por sus dotes personales de excelente camarada. Como civil , un ciudadano que defendió sin ambages, sin prejuicios, y con plena entrega, los valores morales de la República, conculcados por la subversión marxista y la corrupción. Mantuvo una conducta durante toda su vida, que fortaleció y apoyó a su incansable predica. Cada una de sus palabras tuvieron el aval de su buen ejemplo.

Su paso por la vida, dejó marcado un derrotero, que muchos argentinos no habremos de abandonar, y que trataremos con la ayuda de Dios, proseguir, ya que este es, para nosotros, el camino señalado por nuestros mayores. Fue humilde, digno y austero. Jamás supo callar la verdad, siempre la manifestó públicamente, cuando ello era necesario, para el bien de sus subordinados o de la ciudadanía. Algunas de sus valientes actitudes, no fueron comprendidas, y le valió el arresto por parte de sus superiores. Se que extrañaremos su ausencia física, pero estamos seguros que él estará siempre con sus amigos, ayudándonos desde lo alto, a proseguir la lucha por el bien.

En horas difíciles para nuestra Patria, nuestro amigo Zaratiegui ha sido convocado por Dios. Siempre y para siempre , ahora estará más que nunca entre sus amigos, para alentarnos a seguir en este " Buen Combate" en el cual se hayan empeñados nuestros hermanos chilenos, para impedir que nuestros pueblos, sean sometidos por ninguna tiranía, y liberarlos así, de toda amenaza de opresión marxista.

Saludos

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Probo, recto, honesto, de ideas claras y con un sentido del honor que solamente aquellos que han atravesado por las más duras pruebas pueden ostentar.

Honor que no conoce el miserable que ni siquiera respetó un día de duelo para iniciar su particular juicio histórico, alegando unos motivos sencillamente despreciables copiados de una sentencia absurda.

Pero por haber conocido personalmente al extinto patriota y saber de sus calidades, estimo que no es necesario exteriorizar ningún tipo de repudio contra el miserable en cuestión. El señor Contralmirante no lo hubiese querido así.

Saludos para todos

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Si la situación de nuestra nación no es buena, nuestro compañero de la trinchera de la defensa de la República Almirante Horacio Zaratiegui ha partido ante nuestra desolación a interceder ante Dios por nuestra suerte y su misión de caballero y patriota nos reconforta como cristianos. Hasta el último minuto estuvo con nosotros como lo atestigua el resonar de su voz serena, suave y firme en ese rinconcito de esperanza en que se transformó Debate Ciudadano.

Extrañaremos al Almirante que pasó a revistar en la Flota de Dios sabedores que su inesperada partida nos obliga a redoblar esfuerzos y seguros de que su misión no cesará hasta que la Patria renazca. Nuestras oraciones le acompañan.

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Como lo voy a extrañar!!

Quien me va a decir ahora : HOLA JOVENCITA COMBATIENTE!!!!! Nunca jamás lo olvidaré Don Horacio , por sus consejos sabios , su honestidad y sinceridad , por ser un soldado que siempre "fue al frente" en tiempos de guerra y también después.... , siempre defendiendo el honor de sus camaradas y luchando hasta el último día por difundir la verdad de la dolorosa guerra antisubversiva .

Siempre me alentó a seguir con mis ideales , alertándome de los "costos" pero siempre me empujó a no tener miedo por defender lo que uno siente justo y lo mas importante : siempre me dijo que estaba orgulloso de mi ...saben lo que significa para una piba de veinticinco de años que un Contraalmirante de la Armada Argentina me dijera eso!!!

En una de las últimas cartas que me envió (y que guardaré como un tesoro toda la vida ) me decía que yo estaba también envuelta por la Bandera Celeste y Blanca de los Patriotas y que ella me protegería siempre.

Hoy me la saco y se la regalo para que la despliegue bien alto en el cielo y que con ella me marque el rumbo a seguir... ...

JAMAS LO OLVIDARE!

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Nuestro recuerdo al hombre de armas que vivió y murió defendiendo el honor nacional y militar.

Pedimos una oración en su memoria, pese a circunstanciales diferencias, que nos separaron a muchos argentinos.

Sabemos que Dios en su Eterno Amor lo recogerá en su seno.

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Con todo dolor comunico a todos, especialmente a los que no están en Buenos Aires, que anoche ha fallecido el Sr. Contraalmirante Horacio Zaratiegui, repentinamente y a los 73 años.

Integrante activo de este grupo, (firmaba como Horacio Sr.)., era además uno de los conductores del programa radial Debate Ciudadano.

Queda en el grupo su hijo, que firmaba como Junior, Horacio Pedro Zaratiegui.

De esta manera Notipol pierde a uno de sus más ilustrados y preclaros miembros, Debate Ciudadano a uno de sus pilares fundamentales, la Armada a uno de sus mejores altos oficiales, la Argentina a un ciudadano ejemplar, y quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo, a un amigo de verdad.

A quienes compartían con él la gran fe que lo animaba, pedimos una oración en su memoria.

Lamentando haber tenido que escribir estas escuetas líneas,

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