Sr. Director del diario La Prensa

Sección "Correo de Lectores"

Según se lee en ´La Prensa´, Carlos Saúl Menem admitió la existencia de cuentas en bancos suizos abiertas en 1986, cuando todavía no había llegado a la primera magistratura de la Nación.

Curiosamente, en 1998, mientras Menem todavía era presidente de los argentinos, el entonces gobernador de Tucumán, Antonio Bussi, fue duramente cuestionado al descubrirse que tenía una cuenta en Suiza que no figuraba en su declaración patrimonial.

Me pregunto cómo pudo el ex presidente de origen riojano pasar más de diez años cómodamente instalado en la función pública, gobernación de La Rioja incluida, sin que a nadie se le ocurriera "descubrirle" una cuenta no declarada en un banco extranjero. No hay duda de que el hilo se corta por lo más fino y de que nada se parece en más a la injusticia, que la justicia cuando llega tarde.

"Amparos y desamparo"

Por Gustavo Vittori, director del diario ¨El Litoral¨, de Santa Fe - para ´La Nación´

No hay derechos absolutos. Menos, en un país destruido. Para evaluar con cierto equilibrio el reclamo de los ahorristas respecto de la intangibilidad de sus inversiones a plazo fijo, esa demanda debería integrarse al análisis del contexto nacional y social en el que tiene lugar.

En este sentido, hay que decir que el estallido de la economía argentina, la declaración de la cesación de pagos del Estado y la devaluación sin red forman parte de un proceso cuya exteriorización nos sacude hoy con la fuerza de un sismo, pero cuyas causas generadoras se remontan a 1994. En aquel año fatídico y cuando todavía gozábamos de las agradables sensaciones que produce la cresta de la ola, era difícil advertir los peligros que implican las fugaces prácticas de los equilibristas.

A fines de aquel año ya sabíamos que la disciplina draconiana que exigía el sistema de conversión monetaria con paridad fija entre el peso y el dólar había comenzado a fisurarse.

Ya no había superávit ni equilibrio fiscal. El "milagro" argentino invitaba a gastar; el gobierno suspendía las reformas estatales de segunda generación porque eran impopulares, y abría los grifos del gasto público. Como existía un impedimento legal para emitir moneda, se echaba mano de un sucedáneo: endeudamiento externo para cubrir el déficit de las cuentas corrientes. Era el principio del fin para una paridad en la que el peso había ingresado con una sobre valuación cercana al 20 por ciento y en la que, para colmo de males, cohabitaba con un dólar que se apreciaba sin cesar frente a las monedas del mundo.

Nuestra borrachera nos impedía ver la realidad. E inducía a Carlos Menem a presionar sobre la Constitución Nacional para buscar una reelección consecutiva hasta aquel momento prohibida por el sabio texto centenario. Lo logró a través del Pacto de Olivos, que distribuyó las estructuras del Estado entre sectores preponderantes del justicialismo y el radicalismo, concesionando el patrimonio público a dos corporaciones políticas. El costo fue alto para la democracia.

A partir de allí, la política comenzaría a distanciarse progresivamente de la ciudadanía, mientras crecían la corrupción y la impunidad. La contaminación se colaba por los intersticios del sistema institucional y lo impregnaba con su veneno. La Justicia se politizaba y preparaba así el terreno para la judicialización de la política. Y el descrédito las aguardaba a ambas a la vuelta de la esquina. Los políticos se volvían refractarios a la crítica. El cinismo ganaba la partida. Perdía la República. Pero no lo advertimos: como una platea embobada, nos dejábamos engañar por los pases mágicos de los ilusionistas de la economía. El uno a uno parecía, pero ya no era.

Entretanto, la Argentina se convertía en una suerte de bazar persa en el que la mercancía más barata era el dólar. Llegaba gente de todo el mundo, del centro y de la periferia.

En un marco de exóticas aristas había negocios grandes y chicos que, a su escala, convertían dólares en pesos, para multiplicarlos y reconvertirlos en dólares. El negocio financiero crecía al ritmo endemoniado del endeudamiento público y a tasas cada vez más altas. La inversión financiera estaba exenta de impuestos y la producción genuina se castigaba con nuevos e imaginativos tributos.

La Argentina del revés aceleraba a fondo. La deuda se hacía enorme. El déficit fiscal se tornaba insostenible. Los sensores económicos y políticos se agitaban. Por un plazo fijo en dólares se podía conseguir un 15 por ciento anual si el monto era significativo. Ese nivel de tasas voceaba a los cuatro vientos el tamaño del riesgo país, la dimensión de la anomalía. Era evidente que la Argentina explotaba. Y explotó. O implosionó. Como prefieran.

La onda expansiva barrió con el valor de los activos de las empresas y los salarios de los trabajadores; la devaluación multiplicó los montos de las deudas tomadas por empresas en el exterior; los fondos de pensión fueron aniquilados por la pesificación; el mercado interno se pulverizó y cientos de miles de negocios cerraron, se concursaron o quebraron; el sistema bancario quedó desarticulado por el descalce en cadena de las operaciones concertadas, mientras sus tesoros rebosan de papeles devaluados de un Estado insolvente.

En este escenario dramático, los ahorristas iniciaron sus marchas de protesta y golpeteo de cacerolas, que fueron aumentando en frecuencia, intensidad y violencia.

Los reclamos, qué duda cabe, son constitucionales. Su legitimidad, en tanto, aunque en principio es incuestionable, debe analizarse a la luz de las gravísimas pérdidas del conjunto y de la distribución de sus cargas sobre la sociedad. Los daños al derecho de propiedad no se constriñen a los ahorristas: abarcan, por el contrario, una gama diversa y extensa de casos y situaciones.

Así las cosas, la demanda absolutizada e intemperante de los ahorristas termina por convertir a la sociedad en su víctima. Hay que decir al respecto que el monto de los depósitos que se reclaman leudó con los fermentos de una Argentina anormal.

La paridad peso-dólar no nació de un crecimiento genuino de la actividad productiva sino de un artilugio intelectual convertido en ley de la Nación. Las extraordinarias ganancias en dólares de los ahorristas tienen esa marca de origen y son la contracara de la declinación económica del país. La ganancia de unos se vincula con la ruina de otros.

Los amparos concedidos por la Justicia, de manera desordenada y sin un patrón racional y equitativo, desamparan a la sociedad en general y, también, a innumerables ahorristas. Por falta de normas y jurisprudencia claras, las soluciones dispares dominan el terreno y producen injustas asimetrías.

A su vez, los fondos obtenidos mediante amparos corren hacia el dólar en busca de refugio seguro y así presionan sobre su cotización, lo que crea tembladerales cambiarios. Cada movida, cada escalón ascendente:

• erosiona ingresos,

• bloquea negocios,

• difiere exportaciones,

• frena la liquidación de divisas,

• destruye bancos,

• aleja aún más el crédito,

• paraliza la economía,

• eterniza el sufrimiento social,

• volatiliza las expectativas,

• promueve conflictos y

• destroza la vida en común.

En verdad, los derechos y bienes jurídicos en juego son complejos y contradictorios. Nada es tan obvio, ni tan nítido como pudiera parecer. Los ahorristas deberían tenerlo en cuenta. Y la Justicia, también.

"Me permito dudar"

Señor Director:

"El lector Sergio Stradolini contesta a una carta anterior que criticaba la injusta orden del juez Bonadío de detener a miembros de las Fuerzas Armadas por hechos relacionados con la guerra contra la subversión. Dice el lector: "El acto del juez no constituye evidentemente ningún tipo de venganza. Más bien, diría que es un acto de justicia, que es lo que faltó durante la última dictadura".

"Sin entrar a discutir la pertinaz - y criminal- ideologización de la historia de los años 70 (una carta precedente del general Laprida, en la misma edición, documenta correctamente hechos reales que así lo demuestran), y de la que Stradolini parece haber sido víctima, me permito dudar de lo señalado por él, porque no aporta prueba alguna para sostener que el juez "evidentemente" no persigue ningún otro objetivo más que justicia.

Para que esto fuera así, Bonadío (¿no es uno de los jueces de la famosa servilleta?) debería estar juzgando a los Firmenich, los Verbitsky, los Bonasso, las Pierini, las Daleo y tantos otros terroristas que cometieron crímenes relacionados con los hechos que hoy dice "investigar", pero que parecería se cuida bien de recordar.

"Sólo entonces me mostraría de acuerdo con el lector en que hoy tenemos la justicia que él dice que faltó en otros tiempos."

Fue asesinado por el ERP – Ejército Revolucionario del Pueblo – el 5 de agosto de 1973, en la provincia de Tucumán, en pleno gobierno constitucional peronista. Era un policía, un servidor público de los ciudadanos.

Señor director:

´Quisiera saber a cuántas personas ha indemnizado el estado en los últimos cincuenta años´

¿Alguien podrá responderme?

En los últimos días, he visto sumas astronómicas que los gobiernos de nuestro país abonaron a distintas personas. Como ese pago yo también lo hice, como ciudadana solicito que me faciliten esos gastos que nadie menciona. ¿Fueron secretos?

Sé que se le devolvieron a las familias de desaparecidos sumas importantes ¿A cuánto ascendieron esos gastos? ¿Quiénes se beneficiaron?

Ahora, también sabemos de juicios ganados al estado: por privaciones a la libertad (Carlos Menem), destierro de políticos (Juan Domingo Perón), herencias (Eva Duarte de Perón) cuyas sumas desconocíamos. ¿Cuántos millones se gastaron y quiénes los cobraron?

Probablemente la economía no es mi fuerte, pero con leer atentamente las últimas ediciones del diario ´La Nación´ (por ejemplo) cualquier persona puede empezar a sumar: para oponerme en el futuro a que se usen mis impuestos en hacer pagos a las personas que los gobiernos de turno consideren. Prefiero indemnizar a las víctimas de la inseguridad, del terrorismo o a los combatientes de Malvinas. Ni que hablar de las obras sociales que se podrían haber concretado. Claro, son criterios.

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Partidarios y opositores del presidente Chávez chocaron en las calles. Hay siete heridos, en su mayoría baleados. Es por la decisión de la Corte de no juzgar a los responsables de la intentona golpista de abril.

El centro de Caracas y la zona oeste de la capital venezolana fueron militarizadas ayer por orden del gobierno que desplegó tanquetas para detener un violento enfrentamiento entre partidarios del presidente Hugo Chávez y sus opositores en los peores incidentes desde la fallida intentona golpista de abril. Hubo al menos siete heridos de bala en las refriegas, entre ellos tres policías.

Análisis: ¨Nadar para nada¨ (partes pples.)

por Roberto Aizcorbe

Todos los días al alba, cantidad de menesterosos se ubica en el microcentro porteño, junto a los bancos: son los "coleros", hacen "cola" para otros que llegan a las 10 a comprar dólares a precio subvencionado por el Banco Central. Ya libres, los "coleros" se suman a los "piquetes" que confluyen diariamente hacia Plaza de Mayo, convocados por alguna organización "de masa". Cuando la manifestación termina, al crepúsculo todos se precipitan a las bolsas de residuos, que abandonan las oficinas, y en cualquier recova, o zaguán, se dedican a "clasificar" papeles, dejando tirados por el suelo los residuos no reutilizables.

De modo que ningún servicio que sea puede llegar a barrer todo en el tiempo que va desde la medianoche hasta el alba, cuando, otra vez, cantidad de menesterosos... La calle Florida es una larga fila de gente, sentada en el suelo o acurrucada junto a sus "artesanías" que acomodan sobre hojas de plástico como en el Altiplano. ¡No se le ocurra asombrarse...! Los propios guías turísticos de la comuna, le dirán que son desocupados, heroicos desocupados que no se dejan vencer por esta crisis, y salen a ganarse la comida aun rebañando en los tachos. Y en cierto modo es así.

El gobierno parece complacerse en mostrar esta lacra: desde hace ocho meses la Argentina semeja una pordiosera sentada a la puerta de su casa, esperando un crédito del Fondo Monetario para repagarle al mismo Fondo los intereses de los intereses de la deuda... Esta es sólo una cara de la ficción en que vivimos: si se firma el acuerdo todo está resuelto. La otra es ¡click! votamos y el país torna a la normalidad.

Las dos ficciones generan una tercera: simulamos que está en marcha una campaña electoral, pero no se discute nada: nadie plantea cómo darle trabajo a los 19 millones de hambrientos; ni qué hacer para frenar la brasileñización del petróleo, que sigue a la chilenización de la energía eléctrica... Nada... Todo lo que se oye, son expectoraciones de unos candidatos contra otros, y el rumor de acomodo, o reacomodo de unos con otros...

En tal cuadro, llega al país mister Paul O'Neill quien va a ser presa del "piquetazo" máximo, sin que sepamos si su viaje es provocación, o voluntad de martirologio. Raymond Aron dijo, en su libro ´La república imperial´ , que los EE.UU. no tienen diplomacia sino pulsiones internas a la expansión en ciertas áreas del globo, y al abandono de otras.

Quienes sí debían tener política externa son los terceros países que tratan de evitar la anexión o el olvido.

A largo plazo la crisis muestra el error de la colonización. En el ideario del positivismo el colono iba a irradiar su cultura a la periferia indígena; pero en cambio, hoy las grandes villas europeas de Sudamérica viven sitiadas por el entorno indígena desplazado a la periferia de ellas por la tecnificación del agro. O sea, que todos los procesos son recurrentes y acaban recreando el problema que venían a resolver.

Los romanos cuando hacían la guerra a sus vecinos trataban de evitar que otros le disputaran sus riquezas. Lograron el imperio del Mediterráneo pero entonces de todos los ángulos del planeta bajaron a tomar a Roma. En 1990 se creía que la caída del Muro, abría una era de pluralidad. Y todos llamados a competir entre sí, pero se ha caído en el poder unipolar, y en el totalitarismo democrático.

En lo que hace a la Argentina ésta es la crisis del neoliberalismo que paradójicamente le tocó instalar a los jóvenes marxistas de los años '70. Eduardo Duhalde era un joven alcalde de Lomas de Zamora en 1973 parte de ésa, la "juventud maravillosa" según Héctor Campora que había tomado el poder gracias al asalto de los Montoneros. Y Carlos Menem era otro de aquellos heroicos jóvenes, que había trepado a la gobernación de La Rioja disfrazado con la ropa de Facundo Quiroga.

Discutible, tanto como parezca, este absurdo del capitalismo gerenciado por los marxistas "montoneros" es lo que nos ha traído hasta aquí. Algo es seguro en todo caso: ésta, no es la crisis de la llamada "vieja oligarquía" que zahería a Eva Duarte; ni tampoco es la crisis de la clase militar que más tarde la sucedió. Esta crisis, sale de la traición ideológica de la izquierda subversiva de los '70.

9 - ¿Masacres?, dobles estándares

por Prensa Independiente

Según los portavoces de la izquierda revolucionaria - tanta la que actúa abiertamente como la disfrazada con falsos ropajes de derechos humanos - los cinco muertos entre los cientos de activistas organizados que el 20 de diciembre pasado rompían e incendiaban comercios y bancos céntricos en proximidades de la Plaza de Mayo (en ese lugar no murió nadie) son muestra de ¨una masacre¨.

Los dos piqueteros aparentemente asesinados a mansalva por unos pocos policías desbocados, en proximidades del puente Pueyrredón, también constituyen ¨una masacre¨.

Pongámosle que sea así, por más discutible que sea tanto tremendismo.

Pero llama la atención, a gritos, en un alarido, que esos grupos políticos y la misma prensa en general, no llamen ´masacre´ a los siguientes hechos, comprobados y de mucha mayor magnitud:

- Unos 70 policías federales y de la Prov. de Bs. As. asesinados en solo siete meses del 2002.

- Unos 1.300 civiles asesinados por ladrones en solo siete meses del 2002 en todo el país.

- Unos 10.000 civiles argentinos muertos en accidentes de tráfico por año desde hace al menos 14 años, lo cual arroja unos 140.000 muertos. Y no son datos de la mera fatalidad, es conocida la falencia de acción de los poderes ejecutivos, judiciales y legislativos en este aquellarre del trafico nuestro de cada día. Significa que cada año mueren 12 veces más argentinos que en la Guerra de Malvinas, para peor no sucede defendiendo a su Patria sino inútilmente por total negligencia de los poderes estatales, en los aspectos educativos, punitivos, de control policial y de estado de las rutas, entre los principales.

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El ex presidente Carlos Menem tiene cómo desarmar en un santiamén la campaña de persecución política de que dice ser objeto.

Últimamente, se le ha imputado haber faltado a la verdad en lo que atañe a la posesión de ciertas cuentas bancarias en Suiza, primero negadas tajante y definitivamente; después, en lo que respecta a una de ellas, admitida.

No hay sobre el punto, salvo sus propios dichos, pruebas suficientes, puesto que se halla todavía en trámite el documento de la justicia o de la banca de ese país que certifique la veracidad o falsedad de uno u otro aserto.

Con la llegada de la respuesta, que es - desde luego - obligatoria, se despejaría toda suspicacia. En un caso, se sabría efectivamente y con entera certeza si el depósito original correspondió a una suma aproximada a los 200.000 dólares que, con el correr de los intereses, sumarían ahora 600.000. Los cuales se hallarían a la orden de su ex mujer y de su hija, aunque ellas sostengan no haber tenido nunca noticia alguna del beneficio.

En el otro caso que se ha ventilado, de una supuesta cuenta conjunta con su ex secretario, sería preciso antes establecer el lugar preciso del depósito, lo que puede tardar más de lo razonable o resultar una especie sin fundamento.

Pero no es tanto esta acusación, todavía por esclarecer, la que más conmueve hoy a la opinión argentina. Es la extraña contradicción del ex presidente entre dos aseveraciones suyas sobre un asunto delicadísimo, en el que no pueden mediar ni distracciones ni errores de memoria sustanciales.

Sobre ella, entonces, debe esforzarse por rendir cuentas prontamente, mediante el recurso aquí sugerido como garantía de total imparcialidad, o por cualquier otro de carácter indubitable. La honradez y lealtad de palabra, de quien vuelve a postularse para la Presidencia, tiene que estar por encima de toda duda.